Un historiador indeseado

Así titula el historiador y arqueólogo Fernando Penco Valenzuela un capítulo de su libro titulado La foto de Capa. En realidad ese capítulo es el meollo de un libro que vale bien poco y sólo sirve al autor como pobre justificación de por qué no ha sido él el primero en publicar la localización exacta del lugar donde el fotógrafo húngaro hizo su famosa foto del miliciano que cae.

Cualquiera que lea ese capítulo llegará a la conclusión de que Penco ha sido víctima de una vasta conjura cuyo fin era el de impedir que un humilde investigador de provincias se alzara con la gloria del descubrimiento. En esa conjura habrían participado gentes del ICP, de la agencia Magnum, algunos periodistas y yo mismo.

No soy hombre dado a la polémica, pero dado que Penco se refiere en mí con insidias y calumnias no tengo más remedio que entrar en liza y defender mi integridad aún a riesgo de, como me advierten algunos amigos, proporcionar al libro una publicidad gratuita que en modo alguno merece por sus propios méritos.

Comienza Penco con las alusiones a mi persona relatando nuestro primer encuentro en el Museo del Cobre de Cerro Muriano, y dice que nuestro trato se intensificó e incluso llegamos a realizar varias salidas al campo en busca del posible lugar en el que Capa pudo haber fotografiado al miliciano. Hasta aquí de acuerdo, pero se equivoca totalmente cuando escribe: En la última, a comienzos de marzo de 2009, cuando escrutamos la parte más oriental del frente, y vimos que la imagen no pudo ser tomada desde allí, yo le comenté que quizá pudo ser hecha por la zona de Espejo. Esta circunstancia él mismo la reconoció en su web, pero no cita mi nombre sino que me llama amigo. En marzo de 2009 no inspeccionamos la parte más oriental del frente, sino que estuvimos por la zona de la antigua fundición y las gachas negras, en Cerro Muriano.  Y no fue nuestra última salida al campo sino, probablemente, la primera. Estábamos en una altura desde la que se domina perfectamente desde el camino de los Pañeros hasta la vía férrea. Le comenté que con toda seguridad debía haber sido una posición republicana los días 5 y  6 de septiembre de 1936, precisamente por su situación ventajosa. Pronto, su experta mirada de arqueólogo descubrió el trazo de una vieja trinchera casi desaparecida. Recuerdo que le dije que en alguna de aquellas trincheras debían yacer los cuerpos de entre 50 y 60 combatientes republicanos que fueron fusilados sobre el terreno tras ser hechos prisioneros la mañana del 6 de septiembre de 1936.

Ese día comentamos que la foto de los milicianos disparando al horizonte revelaba claramente que la foto no estaba hecha en Cerro Muriano. Me rogó que no publicase esto en mi página, como era mi primera intención, porque en base a la localización de la foto en Cerro Muriano tenía entre manos unos proyectos muy importantes, que serían subvencionados por la Diputación Provincial, Ayuntamiento de Obejo, etc. La noticia de que la foto no se hizo allí daría al traste con esos proyectos que, además, supondrían una buena inyección para la economía local. Su petición me pareció lógica y atendible, porque, además, de nada servía decir que la foto no se había hecho en Cerro Muriano si, a la vez, no se publicaba la verdadera localización. En aquellos días saltaban a la prensa noticias sobre el lugar de la foto, que algunos situaban en Los Santos de Maimona (Badajoz), otros en Aragón, etc.

Seguimos comentando sobre el particular y Penco apuntó la posibilidad de que el paisaje que se muestra en la foto correspondiese al valle del Guadalquivir y las elevaciones que se ven al fondo fuesen de Sierra Morena. Le contesté que en ese caso habría que buscar en las cercanías de El Carpio, puesto que en septiembre de 1936 las líneas nacionales estaban en Las Cumbres, elevaciones situadas entre este pueblo y Alcolea. Quedamos de acuerdo para buscar ese sitio algún día. Pero en ningún momento hizo mención alguna a Espejo.

Aún hicimos otro recorrido por Cerro Muriano, por la zona de las Malagueñas. No recuerdo la fecha, quizás porque fue un paseo improductivo. Sí recuerdo que saludé a un conocido, funcionario jubilado del Archivo Municipal de Córdoba, que paseaba por la zona. Pero seguro que tampoco en esta ocasión mencionó Espejo.

Por fin fuimos al valle del Guadalquivir. Fue exactamente el 1 de mayo de 2009, Fiesta del Trabajo, sobre las once de la mañana, en la que sí fue nuestra última salida al campo juntos. Como parece ser que no anotó bien esta fecha en su cuaderno de notas le refrescaré la memoria citando mi correo de 3 de mayo de 2009, en el que le comentaba una foto de Capa que muestra un control en un puente a cargo de unos milicianos. Le hacía notar la semejanza del puente con el de los Remedios, en las proximidades de Villafranca, cerca de donde estuvimos el otro día. Como es natural, cuando el 3 de mayo escribí el otro día me refería al 1 de mayo y no a primeros de marzo.

Hicimos el trayecto en un vehículo de su propiedad. Yo le conté con todo detalle el caso Renée Lafont que él no debió anotar muy cuidadosamente, ya que en lo que cuenta sobre esa periodista francesa desliza alguna inexactitud. Ese día quise fotografiar la casa de peones camineros donde se refugiaron los milicianos que acompañaban a la corresponsal francesa. No vimos la casa, oculta por la maleza, y como íbamos a otra cosa dejamos la foto. Recorrimos la zona hasta las inmediaciones de Pedro Abad para llegar a la conclusión de que la foto tampoco se había hecho allí. Sí fue ese día cuando Penco me preguntó si las elevaciones que se veían al fondo de la foto no podrían ser la Subbética. Como ya expliqué en la página yo despaché el asunto con un no rotundo, basado en el hecho, que yo entonces creía incontestable, de que Capa no había estado en esa zona. Pero siguió sin mencionar la palabra “Espejo”. Por mi parte, llegué a la conclusión de que la foto no estaba hecha en Córdoba y que posiblemente hubiese sido hecha en Aragón. Dejé de pensar en el asunto con la certeza de que tarde o temprano alguien reconocería el paisaje.

Siempre según Penco su descubrimiento fue fortuito. Le propuso al fotógrafo Larrea, ya sin contar conmigo, hacer un recorrido por El Carpio y Espejo el 8 de mayo, según él dos meses después de que me dijera “Espejo”, aunque en realidad eso fue una semana después de que me insinuara “Subbética” y yo no le hiciera caso. Por otra parte, si, como él dice, estaba sobre la pista de Espejo desde primeros de marzo, ¿por qué demoró dos meses ir a comprobarlo? Espejo está muy cerca. Tampoco cuenta qué le sugirió Espejo como lugar de la foto, si una inspiración de Clío o de alguna otra musa más terrenal que pudiese haberle musitado al oído que un vasco había rondado por Espejo a vueltas con unas fotos de la guerra. Porque aclaremos ya que Susperregui estuvo en Espejo el 19 de marzo de 2009, terminó de escribir el texto y lo entregó a una empresa de diseño gráfico la primera semana de abril, según he sabido recientemente. ¿Qué sabía Fernando Penco ese 19 de marzo? Nada nos aclara al respecto.

Y no hubo más hasta el viernes 5 de junio de 2009. Ese día me llamó José Manuel Susperregui para decirme que había localizado el lugar de la foto, un sitio perteneciente al término municipal de Castro del Río aunque más cerca de Espejo. Añadió que lo había publicado en un libro, Las sombras de la fotografía, del cual iba a mandar un ejemplar a Fernando Penco y otro a mí. En los primeros momentos pensé que Susperregui estaba equivocado porque Capa no había estado por esa zona. Llamé a Penco para darle la noticia y advertirle de la próxima llegada del libro a su atención. Para mi sorpresa Penco me dijo que no era en Castro sino en Espejo, que él ya había encontrado el sitio. La sorpresa, evidentemente, fue darme cuenta de que Penco sabía el lugar donde se hizo la foto y nada me había dicho. Se mostró desolado porque la financiación para sus proyectos en Cerro Muriano se iba al traste.

Esa misma noche me envió un correo electrónico con el montaje de la foto de los milicianos disparando al horizonte y la que tomó Juan Larrea con el mismo fondo, montaje hecho, según él, el 8 de mayo. En ese correo, que también yo tengo guardado a disposición de quien quiera verlo, me dice que tenía localizado el lugar desde un mes atrás y que NO ME HABÍA DICHO NADA por dos motivos: para no perder los proyectos que tenía entre manos en Cerro Muriano y porque había seguido la regla básica del investigador, según la cual el que descubre algo sigila y publica. También me pide el favor de que no publique el documento porque es confidencial, aunque quiere que yo lo tenga.

Véase como en este correo de junio reconoce sin ambages que no me había dicho nada. ¿Por qué sale ahora diciendo que en marzo me había advertido que la foto estaba hecha en Espejo?

Esa misma noche le contesté dándole la enhorabuena por el montaje y me respondió el día siguiente, 6 de junio, dándome las gracias y añadiendo que de poco sirve la enhorabuena si tú no das la primicia Te digo más, es imposible que Susperregui haya adivinado el lugar si no es con el apoyo o la orientación de alguien de Córdoba. Me extraña (y mucho) que haya sido un cronista oficial. Les conozco y ni por asomo podrían intuir el lugar. (Ha cambiado muchísimo). Bueno, amigo, ya se sabrá todo.

Todavía intercambiamos algún correo. A petición suya le envié unos datos del libro Horas robadas, de Miguel Pascual Mira, que no me despreció. Aproveché para decirle que había notado su susceptibilidad hacia mí, que estaba haciendo unas alusiones sin fundamento e intenté volver a explicarle que de ninguna manera yo podía haber filtrado lo que no sabía. Sin éxito.

Me encargó por dos veces que no mostrase a nadie la foto y así lo he hecho, no obstante sus sospechas. El montaje que me mandó difiere del que ha publicado posteriormente, por lo que estoy seguro de que, gran desconfiado, habrá comprobado que la versión que me envió no se ha difundido. Para entonces ya me había quedado claro que me había marginado de su investigación cuando dejó de necesitar mis conocimientos militares y bastantes otros datos sobre corresponsales de guerra, prensa francesa de la época, etc. En ese momento lo que necesitaba era un fotógrafo. Y también me quedó claro que, como ya me había reconocido en aquella salida al campo del mes de marzo, se encontraba atado por unos proyectos para los que esperaba sustanciosas subvenciones oficiales. ¿Fue por esto por lo que no publicó su descubrimiento digamos el 12 de mayo, un día después de que Larrea terminara el fotomontaje?

A partir de ahí comenzaron sus alusiones maliciosas. La primera fue decirme que no podía creer que fuese cierto que Susperregui hubiese descubierto el sitio con su método de trabajo, que no creía que un alumno de un instituto hubiese reconocido los Llanos de Banda en una foto mostrada por su profesor. Que “alguien” de Córdoba había ayudado al profesor vasco. Ya he dicho que es profundamente desconfiado, por lo que supongo que antes de no publicar esto en su libro habrá comprobado la veracidad de lo que cuenta Susperregui en relación a cómo llegó a los Llanos de Banda. Ahora se descuelga en su obra con una nueva insidia: que tras nuestra conversación telefónica yo advertí a Susperregui de que no era en Castro sino en Espejo, y que por ello el profesor vasco cambió repentinamente su versión a partir del 5 de junio, de forma que en la entrevista que publicó ABC el 14 de junio el profesor vasco omitió Castro del Río que sustituyó por Espejo. En resumidas cuentas: según la calenturienta imaginación de Fernando Penco la secuencia de los hechos habría sido ésta (y espero que el lector aprecie la ironía): Susperregui me dice que ha descubierto el sitio en el término de Castro del Río; yo le doy la noticia a Penco que contesta que no es en Castro sino en Espejo. Cuelgo, llamo a Susperregui y le advierto de su error. Posiblemente,  como colofón a la traición, esa misma noche le mando el montaje minutos después de recibirlo de Penco. Susperregui corre a la editorial de la Universidad del País Vasco y  consigue que se retire toda la edición, que ya estaba en la calle. Rápidamente escribe la corrección y devuelve la obra a la imprenta que trabaja día, noche y fin de semana, de forma que cuatro días después, el martes 9 de junio, salen para Córdoba dos ejemplares del libro, ya corregido, uno para Penco y otro para mí. Es cierto que el libro demoró algo su llegada, hasta el 24 de junio, pero al leer la página 102 pude ver finalmente el fruto de mi traición: A pesar de las dificultades del olivar la ubicación de estas fotografías de Robert Capa, incluyendo, por supuesto, “Muerte de un miliciano”no es Cerro Muriano, sino el cerro Ventorrillo que está en el paraje conocido como Llano de Banda, que pertenece al término municipal de Castro del Río, aunque queda mucho más cerca de la población de Espejo; concretamente a 5 kilómetros 350 metros de la rotonda de Espejo, donde comienza la carretera CO-4204 dirección a Nueva Carteya. Y en la página 106, remacha en el tercero de sus cinco “níes” que escribe a modo de conclusiones: Ni fue durante la batalla de Cerro Muriano sino en el frente de Espejo.

Esta versión, término de Castro del Río pero cerca de Espejo, es la que yo le di telefónicamente a Penco el 5 de junio. Sin embargo, él prefiere aferrarse a la palabra “Castro” para autoconvencerse  de que ha sido víctima de una traición y no de su propia tardanza en publicar. Pero no cae en la cuenta de que al hacer eso cambia de versión, ya que mi “chivatazo” a Susperregui ya no habría sido en marzo, como sostenía anteriormente, sino exactamente el 5 de junio.

Hay otra cosa que le reafirma en sus sospechas, el hecho de yo que fuese a una tienda de la Corredera para preguntar la dirección de Virgilio Peña. Según él yo me presentaba como el ayudante de un profesor vasco y mostraba con postín su libro como carta de presentación. Para Penco esto es una prueba irrefutable de que yo colaboraba y conspiraba con Susperregui con anterioridad hasta el punto de filtrarle a éste los descubrimientos del arqueólogo cordobés.

Veamos que pasó. José Manuel Susperregui contactó conmigo por primera vez el 28 de febrero de 2009 mediante un e-mail que dirigió a la cuenta de mi página web. Me pedía –no a mí, sino “a quien corresponda”, puesto que no me conocía ni sabía quien estaba a cargo de la página- que le situara la posición de los frentes cordobeses en agosto-septiembre de 1936. Informaciones como esa me las piden muchas personas y no se las niego a nadie. Tuvimos más contactos en los que le ilustré con lo que Penco llama mis conocimientos militares, de los que, por cierto, él también se ha aprovechado. Nada le pude decir de Espejo porque, como ya ha quedado claro, nada sabía de ello. Del estado de sus investigaciones no me informó hasta aquel 5 de junio con el libro ya publicado. Susperregui también “sigiló”, como es lógico, pero publicó rápido al no tener otros compromisos que le atasen.

En agosto de 2009 vino otra vez a Espejo. Quedamos citados y, por fin, una calurosa tarde nos conocimos personalmente. Hicimos un recorrido por la zona. Me dijo que había preguntado en el pueblo por testigos de la época y le habían hablado de Virgilio Peña, antiguo miliciano espejeño que vivía en el sur de Francia (Fernando Penco me había hablado de Peña pero tampoco le dije nada de esto a Susperregui, quien lo averiguó por su cuenta en Espejo). El sur de Francia le quedaba a José Manuel a tiro de piedra, por lo que decidió contactar con Peña. Para ello necesitaba su dirección. En el pueblo no se la supieron dar, pero le remitieron a unos familiares de Virgilio que tienen una tienda en la plaza de la Corredera. Como José Manuel no podía demorar la vuelta me pidió que hiciera yo esa sencilla gestión, lo que hice sin problema y sin ocultarme para nada. No recuerdo las palabras exactas que pronuncié al hablar con el cuñado de Peña, pero seguro que no dije ayudante, porque ni tengo ayudantes ni soy ayudante de nadie. Sobre el postín con el que me presenté libro en mano diré que quienes me conocen saben que por carácter, edad y experiencia de la vida estoy bastante curado de vanidades y vacunado contra torpes alabanzas como las que, en otros tiempos, dirigía Penco a mis presuntas grandes cualidades como investigador. Lo de llevar el libro era para dejar muy claro cual iba a ser el objeto exacto de la visita de Susperregui a Peña. Por experiencia sé que estos veteranos pueden cerrarse en banda si se les pregunta o creen que se les va a preguntar por algo que les pueda incomodar, como, por ejemplo, las matanzas que tanto se prodigaron en la época (en Espejo a partir del 22 de julio). En ese caso les suele fallar bastante la memoria, tan lúcida para otras cosas.

Espero que quede suficientemente aclarada la secuencia de los hechos. Finalmente, y en defensa de mi honor e integridad, quiero dejar bien claros los siguientes extremos:

–        Colaboré con Fernando Penco con total lealtad, lealtad que no se vio correspondida por su parte porque quería todo para él, la gloria del descubrimiento y, a la vez, la financiación y la materialización de los proyectos que había emprendido en Cerro Muriano.

–        En ningún momento le he pasado información a José Manuel Susperregui sobre los progresos que iba haciendo Penco. En particular nada le dije ni le pude decir sobre Espejo, porque Fernando Penco me lo ocultó (“sigiló”, según sus propias palabras) hasta el 5 de junio, con el libro de Susperregui ya publicado. Esta negativa rotunda hubiese tenido total validez en sentido contrario, es decir, nada le hubiese dicho a Penco de lo que me hubiese confiado Susperregui.

–        No entiendo como un historiador, arqueólogo y escritor del prestigio de Fernando Penco recurre a difundir infamias mediante un libro en lo que parece querer ser un ajuste de cuentas –impropio en un historiador profesional, por otra parte- y tiene todo el aspecto de ser el berrinche de un niño malcriado que por desear dos juguetes se ha quedado sin ninguno.