La fiesta de los toros en Córdoba de 1936

Cartel de la nocturna del 18 de julio. Cortesía de Taberna La Sacristía

Cartel de la nocturna del 18 de julio. Cortesía de Taberna
La Sacristía

En 1936 la fiesta de los toros era verdaderamente la fiesta nacional, y nadie cuestionaba esto fuese cual fuese su ideología política. Ni el entonces minoritario fútbol ni ningún otro deporte o espectáculo le disputaba el favor del público. En el panorama nacional se venía viviendo lo que se llamó la Edad de Plata del toreo, continuación de la Edad de Oro, la del fallecido Joselito y el retirado Juan Belmonte. Las figuras que mandaban en la fiesta eran, fundamentalmente, Marcial Lalanda y Domingo Ortega, si bien el escalafón taurino contaba con una buena cantidad de excelentes toreros.

Hoy en día se añoran aquellos tiempos y pensamos que se toreaba mejor, que los toros eran más grandes, etc. Pero la lectura de la prensa de la época, y en concreto el suplemento Toros de la revista Córdoba Gráfica, nos depara algunas sorpresas. Así, el 15 de enero de 1936 José Luis de Córdoba se quejaba de la actitud torerista del público, que sólo se fijaba en el nombre de su ídolo escrito con grandes letras en el cartel y se olvidaba de los subalternos, cuyos nombres no se citaban en los carteles “en contra del Reglamento”. Al público sólo le interesaba el tercio de quites –menos mal, hoy ni eso- y la faena de la figura en cuestión. También se quejaba de los matadores-banderilleros, que si les correspondía en suerte un toro noble le ponían unos pares vulgarotes y cosechaban una gran ovación, mientras que si salía un marrajo eran los subalternos quienes apechugaban y se jugaban la vida. “Relance”, por su parte, se lamentaba el 15 de mayo del tamaño de los toros, y decía que la competencia Joselito-Belmonte había sido posible por el tamaño de los toros, porque si bien José hubiese podido con toros grandes Juan no lo habría logrado. Con los toros que salían a los ruedos se actuaba con más comodidad y era posible torear cien corridas anuales. Más lejos iba Luis Ruiz de Castañeda en el número de la misma fecha, donde se pronunciaba por la desaparición de los burladeros, esas “garitas” que si bien habían sido concebidas para cuando ocasionalmente los toreros no podían saltar la barrera por estar disminuidos en sus condiciones físicas ahora se utilizaban para citar “inocentemente” al toro contra ellos para que se quebrantase. En fin, que no era oro –ni Plata- todo lo que relucía.

Trenes especiales para la feria de Córdoba

Trenes especiales para la feria de Córdoba

En el ámbito local la situación era distinta. Vacante el califato, desde la retirada de Machaquito Córdoba estaba ayuna de grandes figuras del toreo. Habían surgido jóvenes promesas que pronto se malograron, por lo que la afición cordobesa tenía, como casi siempre, muchas ganas de torero. La plaza era el viejo coso de los Tejares, inaugurado en 1846 cuando aquella zona estaba extramuros de la ciudad. En 1936 la misma plaza estaba en pleno centro de Córdoba, por lo que el movimiento del público constituía un espectáculo en sí mismo, acrecentado por la cercanía del hotel Regina, donde se vestían los toreros.

Córdoba era tierra de toreros y de toros. En las tierras cordobesas pastaban reses de acreditadas ganaderías provenientes de los más prestigiosos encastes: Indalecio García Mateos, Félix Moreno, García Pedrajas…

La temporada taurina de 1936 se abrió el domingo 29 de marzo con una novillada. Se lidiaron novillos de D. Alfonso Olivares, bien presentados y que dieron buen juego excepto el cuarto, burriciego y “con las ideas de un poeta ultraísta”, en palabras del crítico “Filigrana” (pseudónimo del periodista Rafael Gago). El cartel estaba formado por Adolfo Villanueva, de Cazorla, Rafael González (antes Machaquito) y Niño de Haro. Villanueva venía precedido de cierta fama que quedó totalmente desmentida cuando se dejó ir su primero de vuelta a los corrales. González anduvo nervioso y mató mal, aún cuando se le vieron destellos, y Niño de Haro quedó inédito. La prensa destacó que se arrojaron al ruedo varios espontáneos. El día siguiente el gobernador civil, Antonio Rodríguez de León, aludió a este hecho en su habitual charla con los periodistas, y dijo que había dejado en libertad a los espontáneos no sin advertirles que la repetición de estos hechos llevaría aparejada la suspensión de actuar durante dos años en toda la provincia. También tuvo lugar una colecta entre los espectadores a beneficio de los damnificados por las inundaciones, con resultado poco lucido.

El Domingo de Resurrección, 12 de abril, hubo toros, como era tradicional. Se lidiaron novillos de D. Indalecio García Mateos para los diestros Edmundo Cepeda, Jesús González “El Indio” y la señorita torera Juanita de la Cruz. La plaza registró buena entrada y los novillos dieron buen juego. El festejo resultó entretenido aunque no se cosecharon trofeos. Juanita de la Cruz, tras despachar a su primero de pinchazo y soberbio estoconazo, se resintió de una luxación en la muñeca derecha, por lo que Cepeda hubo de lidiar el sexto entre el escándalo del público, que exigía la presencia de la señorita torera.

Nada complaciente fue la crónica que “Don P.P.”, seudónimo utilizado entonces por José Luis Sánchez Garrido, escribió en Toros de 15 de abril, titulada “Las toreras, la Constitución y los toreros”. Comenzaba confesando su oposición a la presencia femenina en los ruedos en base a considerar a la mujer “un ser muy frágil y delicado, incapaz de sostener con ventaja la ruda lucha con los toros”. Y aunque las mujeres pudiesen ejercer la profesión taurina con la Constitución en la mano opinaba que “una cosa es que la Constitución –que es una señora que no sabe de toros- lo permita y otra bien distinta es que los aficionados a la fiesta se conformen con el timo de las señoritas, y que los toreros que con ellas alternen carguen con el “mochuelo” una tarde sí y otra también”. Según Sánchez Garrido la señorita torera mató a su primero –un becerro- y se echó atrás ante su segundo, el más peligroso de la tarde.

Otro párrafo interesante de su crónica aludía a las protestas del público ante las actuaciones de los buenos picadores. Las protestas del público se referían a que los novillos se agotaban después de una vara bien puesta, y el cronista advertía que lo adecuado en esa situación sería protestar por la pequeñez de los bichos y no por la buena ejecución de la suerte de varas. Cuando oímos a los viejos aficionados decir que hoy no se practica como se debe la suerte de varas ni se la valora pensamos que siempre se han cocido habas en la fiesta.

El 3 de mayo abrió de nuevo sus puertas el coso de los Tejares para dar una novillada en la que “Manolete” tuvo una lucida actuación que le valió un contrato para la feria. Toreó novillos de D. Eduardo Sotomayor alternando con Félix Almagro y Pascual Márquez. La afición (y el cronista, que esta vez firma como José Luis de Córdoba) estaban picados por la fama de fenómeno con que se venía presentando a Pascual Márquez y un grupo de espectadores tuvo la ocurrencia de cantarle unas sevillanas. En estas fechas Sánchez Garrido aún no creía en Manolete, le consideraba un torero valiente cuya inconsciencia le hacía torear inverosímilmente, “pero los toros le enseñarán bien pronto que así no se puede torear” (Toros, 15 de mayo de 1936).

Por aquel tiempo estaba en todo su apogeo el llamado pleito de los toreros mejicanos. Los diestros españoles venían quejándose de las facilidades que encontraban los profesionales hispanoamericanos en España cuando ellos tropezaban con todo tipo de trabas para actuar en América. A tal punto llegó el malestar de las asociaciones de profesionales del toreo que el Ministerio de Trabajo, Sanidad y Previsión trató de regular el asunto mediante orden ministerial de 2 de mayo de 1936 (Gaceta de Madrid núm. 124 de 3 de mayo). El preámbulo de la orden reconoce que la crisis de trabajo llega incluso al mundo del espectáculo y “de lo que en España constituye una de sus manifestaciones más típicas e importante, la fiesta de los toros”. Seguidamente admite que la actuación de lidiadores extranjeros constituye una competencia muy lesiva para los españoles y que es justo proteger los intereses de éstos, pero también alude a que “el arte y el valor de cada profesional es lo que constituye el principal atractivo de la fiesta”. Es decir, que el público no pide el pasaporte a los buenos toreros. No se olvida hacer constar en el preámbulo que los toreros españoles marchan a hacer la temporada americana al finalizar la española, lo que parece una advertencia al mundo taurino de que posturas excesivamente rígidas podrían traer como consecuencia mayores trabas en América. En la parte dispositiva se dictan una serie de normas que parecen bastante sensatas y equitativas que dejan traslucir que se va a aplicar reciprocidad en el trato. Los españoles no quedaron satisfechos, probablemente porque la orden no iba a disminuir en ese momento las actuaciones de los extranjeros y en esa época se ventilaban en los despachos los contratos más importantes de la temporada.

No faltaron incidentes, sobre todo en Madrid, donde se llegó a producir una pelea en un café. En una corrida de San Isidro el público daba vivas a los toreros mejicanos, a lo que Victoriano de la Serna respondió con un viva a España. Este grito, políticamente incorrecto para las masas de izquierdas, ocasionó una bronca monumental al torero quien, herido en su amor propio, se fue a la puerta de chiqueros a recibir a su enemigo a porta gayola, siendo cogido. También fue encarcelado Marcial Lalanda como responsable de la asociación de profesionales taurinos.

La feria comenzó en medio de este ambiente enrarecido. El día 24 de mayo, a las cinco de la tarde, se corrió la primera de feria. En el cartel figuraban los diestros Domingo Ortega, Rafael Ponce “Rafaelillo” y Jaime Pericás, que sustituía a “Cagancho”, cogido en Barcelona, y en segunda instancia a Pepe Gallardo, anunciado anteriormente como sustituto y también cogido. Se lidiaron toros de Conradi, pequeños pero que dieron buen juego. La plaza no registró el lleno, según algunos por la manía del empresario, José Escriche, de incluir toreros valencianos en la terna. Ortega estuvo como el lidiador poderoso que era, oportuno al quite ante dos caídas peligrosas, valiente y toreando con temple. Mató bien, consiguió la oreja de cada uno de sus enemigos y salió a hombros. “Rafaelillo” estuvo muy bien en su primero, tanto con el capote como con la muleta, lo que hizo arrancarse a la música. Pero mató mal, por lo que no consiguió trofeos. Pericás tuvo una labor incolora según Juan José de Lara, crítico de La Voz de Córdoba. El de Diario de Córdoba, “Juanito”, añoró lo que hubiera hecho el artista “Cagancho” toreando las peritas en dulce que le correspondieron en suerte al mallorquín.

El día 25 repetía el maestro de Borox con Curro Caro y Manolo Bienvenida, que sustituía al mejicano “Armillita”. Y con ellos llegó el escándalo cuando una hora antes de comenzar el festejo se negaron a torear en solidaridad con los toreros detenidos en Madrid por el citado pleito de los toreros mejicanos. El gobernador civil llamó a los diestros a su despacho y, al reiterarse éstos en su actitud, conferenció con la Dirección General de Seguridad, advirtiendo a aquellos que si no toreaban quedarían detenidos. Tras esto los mandó al hotel y se retrasó media hora el comienzo del festejo para que los espadas tuvieran tiempo de vestirse. Pero a la hora de comenzar la corrida no se habían presentado en la plaza, por lo que el público exteriorizó su protesta. Ante el cariz de conflicto de orden público que tomaba el asunto, con la presencia de muchos forasteros que se sentían estafados, el gobernador ordenó a la fuerza pública que condujese a los toreros a la plaza, lo que así se hizo. Allí se levantó acta notarial de la negativa, en la que Bienvenida era el más persistente. El señor Rodríguez de León, que venía demostrando una firmeza inusual en su actuación al frente de la provincia, ordenó a los guardias de Asalto que pusiesen a los toreros directamente en el redondel sin la formalidad del paseíllo, lo que tuvo lugar entre una bronca monumental con lanzamiento de almohadillas. Con tal rapidez se cumplimentó la orden que Bienvenida salió en mangas de camisa, pues no tuvo tiempo de ponerse la chaquetilla. El primogénito del Papa Negro recibió al primero de la tarde con una serie de verónicas que hicieron olvidar al público su disgusto, tanto es así que finalmente pudo ponerse la chaquetilla. Los toros pertenecían a la ganadería del exmarqués (en terminología republicana) de Albayda, bien presentados y que dieron buen juego excepto el tercero, condenado a banderillas de fuego. La tarde fue triunfal, cortando Ortega cuatro orejas, un rabo y una pata. Terminada la corrida, y una vez que se cambiaron, los toreros fueron detenidos y puestos a disposición del Director General de Seguridad.

El 26 se lidiaron seis novillos de Concha y Sierra para las promesas del momento José Ignacio Sánchez Mejías y Juanito Belmonte. Todavía coleaba la huelga por el asunto de los mejicanos y, según manifestaciones del gobernador civil a los periodistas, se mandaron guardias de Asalto a El Carpio al tener noticia de que los novilleros se habían apeado en aquella estación para no torear, actitud en la que habría instigado, al parecer, el recalcitrante Manolo Bienvenida. La cuadrilla de Belmonte se fugó en coche, por lo que se dieron órdenes a los puestos de la Guardia Civil para interceptarlos. Conducidos todos a Córdoba los novilleros prometieron torear, y fueron puestos en libertad junto a Ortega, Bienvenida y Curro Caro. Según “Juanito” el público salió complacido, especialmente con la actuación de Belmonte.

La tarde del 27 se dio el espectáculo cómico-taurino-musical de Llapisera, con la actuación de los habituales bomberos, charlots, etc., y la banda “El Empastre”. En la parte seria intervino el novillero local “Pescaderito”, al que no acompañó la fortuna.

El día 31 se lidiaron 8 novillos de D. Francisco Natera. Ni “Torerito de Triana”, ni Martín Bilbao ni Arturo Marzal “Cerrajillas” despertaron el interés del público ni el de “Don P.P.”. Éste fue el día que el cronista de La Voz de Córdoba descubrió a “Manolete”, incluso llegó a vislumbrar para él el califato vacante y consideró que era el momento de presentarse en Madrid (Toros, en el número del 30 de mayo, que debió retrasar su salida para acoger esta crónica). “Manolete” hizo dos grandes faenas, consiguiendo las dos orejas y el rabo de su segundo. El crítico de Guión, Blancas del Cerro, también escribió favorablemente del diestro cordobés. La prensa registra la detención de un espontáneo, Amador Peña Blanco, y de varios espectadores que lanzaron almohadillas al ruedo.

El ciclo ferial se cerró, como de costumbre, con la becerrada organizada por el Club Guerrita el martes 2 de junio. Con la plaza atestada de público femenino, según costumbre, presidió el segundo califa auxiliado por Antonio Alarcón Zeedor y Francisco Santolalla, presidente y vicepresidente, respectivamente, del Club Guerrita. El niño Gonzalito de la Torre pidió, a caballo, las llaves de la plaza. Actuaron Fermín Muñoz Misa, Miguel Roldán Guerrero, Francisco Serrano y Rafael Morte García. Los cronistas silenciaron la labor de los aspirantes a figuras y únicamente destacaron al varilarguero Joaquín Adame Asensio. Como siempre, lo más destacable del festejo fue el jolgorio que producían los revolcones en el redondel, la suelta de vaquillas en el callejón atestado de hombres y de ratones en los tendidos repletos de mujeres.

El domingo 7 de junio tuvo lugar la becerrada anual que organizaba el gremio de taxistas. De nuevo el niño Gonzalito de la Torre pidió las llaves y lidió una becerra mansa a la que mató de un soberbio estoconazo. La banda taurino-cómico-musical “Los Califas”, dirigida por Paz Domínguez, interpretó escogidas composiciones y lidió una becerra junto con el “Hombre de Piedra”. No terminaron ahí las desdichas del pobre animal, que fue rejoneado desde un automóvil. Los taxistas “Tomate”, “Trabuco”, “El maestro de escuela” y “El Torero” lidiaron cuatro novillos con desigual fortuna, si bien el público se lo pasó bien. A ello contribuyó el buen humor que derrocharon desde el tendido algunos miembros de la popular peña “Los 99”. El gobernador civil impuso una multa de 250 pesetas al empresario de la plaza por haber modificado sin su permiso el programa de la becerrada, incluyendo la lidia de un becerro por el niño Gonzalo de la Torre. No he podido confirmar que este niño fuese el mismo Gonzalo de la Torre que fue asesinado en Bujalance en agosto de 1936.

Nuevamente volvió “Manolete” al coso de los Tejares el 14 de junio, ésta vez con ganado de García Pedrajas y alternando con Enrique Torres, que había renunciado a la alternativa, y “Cerrajillas”. Sánchez Garrido, firmando esta vez como José Luis de Córdoba en el suplemento Toros de 15 de junio una crónica en forma de carta dirigida al de la Lagunilla, se le entregaba completamente haciendo constar que su aplauso era sincero porque ningún favor debía al diestro. Terminaba su carta dándole un consejo que el tiempo, tras el paréntesis de la guerra, revelaría acertadísimo: “Administra tu arte. Administra tu actual cotización en la bolsa taurina. Y confíate a un apoderado. A un apoderado “bueno”, sin chismes de cafetín, ni chalanerías de gitano viejo. Y fuera del angosto cerco del provincianismo”.

Se produjo un conflicto relativo a la organización de las nocturnas. Estos festejos, en los que jóvenes aspirantes a figuras del toreo se enfrentaban con vacas resabiadas, eran muy populares en una época en la que había muy pocos entretenimientos; el calor de las noches de verano, lo céntrico de la ubicación de la plaza de toros, los regalos que se sorteaban después del festejo y la certeza de pasar un rato divertido viendo a los “figuras” contribuían al éxito de estas nocturnas. Escriche había manifestado a la prensa que él tenía contratado por cuatro años los festejos a celebrar en la plaza de los Tejares, incluidas las nocturnas y las funciones de cine. Pero el 16 de junio el gobernador civil dijo a los periodistas (Guión del mismo día) que le había visitado José Flores “Camará” y que le había mostrado un contrato en regla, por lo que le había dado permiso para que organizara estos espectáculos. Posteriormente Escriche trataría de hacer valer sus derechos, porque en Guión de 18 de junio el gobernador manifiesta a la prensa que él se mantenía neutral en el pleito de las nocturnas y que no se celebraría ninguna mientras “Camará” y Escriche no llegaran a un acuerdo. En El Defensor de Córdoba de 25 de junio Escriche insiste en que por su parte no hay pleito alguno, como lo demuestra el hecho de que teniendo contrato con la sociedad propietaria y pagados los derechos reales ya tiene organizado el festejo del próximo sábado.

En efecto, la primera nocturna se celebró el sábado 27 de junio. Componían el cartel Antonio Flores Díaz “Monicha”, Antonio Flores “Antoñillo”, Jaime Navarro y Narciso Gálvez “Guerrilla II”. El festejo fue entretenido, siendo las crónicas más favorables para “Antoñillo”. Unos espontáneos que se lanzaron al ruedo fueron multados con 250 pesetas; al no haber satisfecho el importe de la sanción ingresaron en prisión para cumplir arresto de 15 días. Como era de esperar, el sorteo de los regalos al final de la becerrada transcurrió entre el regocijo del respetable.

El segundo de estos festejos se desarrolló el sábado 4 de julio. Con reses de D. Indalecio García Mateos, bravas, actuaron “Molinillo”, “Cantitos”, “Charoles”, “Niño del Hotel” y “Espadita”. Del elenco de diestros sólo destacó “Charoles”, que obtuvo palmas por una faena con algunos pases aceptables culminada con una estocada de efecto fulminante. “El Niño del Hotel” tuvo que pasar por el trance de ver devuelto su enemigo a los corrales por no poderlo matar. De nuevo los regalos sembraron de ilusión el coso de los Tejares. El premio gordo, de 1.000 pesetas, correspondió a José Molina Ruiz, domiciliado en Avda. de Cervantes nº 32.

La nueva cita con los aspirantes a fenómenos de la tauromaquia fue el sábado 11 de julio. “Recarcao”, “Platerito II”, “Corchaíto” y “Finito de Montilla” se las vieron con novillos de García Pedrajas. “Recarcao” fue el triunfador de la noche al cortar una oreja de su enemigo, mientras que “Corchaíto” recibió palmas a su labor. Los otros dos espadas se mostraron incapaces. El principal perjudicado de la noche, aparte de los animales, fue “Guerrita Chico”, que era quien alquilaba los trajes a los coletudos. En esta ocasión fue Rafael Luque Pintor quien obtuvo las 1.000 pesetas, mientras que Ángel Moyano Gavilán se llevó una bicicleta no sin antes dar la triunfal vuelta al ruedo montado en ella que los espectadores exigían en estos casos.

El triunfador, Mariano González “Recarcao”, tuvo plaza en la cuarta nocturna, anunciada para el sábado 18 de julio de 1936. Junto a Fermín Muñoz “Corchaíto”, Francisco Muñoz “Niño del Club” y Agustín Angulo “Negro del hotel Regina” habrían de enfrentarse a cuatro novillos de Indalecio García Mateos. El cartel anunciador detallaba la lista de regalos que constituían un gran aliciente para los espectadores. Todo hacía presagiar una noche entretenida al fresco y la posibilidad de que la suerte fuese favorable en el sorteo. Pero esa tarde….