Jorgito el legionario
Al empezar la guerra Córdoba tenía una guarnición muy pequeña, incluso contando los voluntarios que se enrolaron ya desde los primeros días. Al poco tiempo comenzaron a llegar refuerzos desde Sevilla, primero con cuentagotas y luego en mayor cantidad. Como durante toda la contienda se mantuvieron los frentes en la provincia, Córdoba acabó convertida en un inmenso cuartel que llegó a alojar el Mando, Estado Mayor y Servicios de todo un Cuerpo de Ejército.
Es normal que esa presencia militar se hiciese sentir en las calles y en la vida cotidiana. Algunas personas mayores recuerdan a “los calaveras”, es decir, los soldados de la Agrupación de Carros de Combate del Ejército del Sur cuya Plana Mayor estaba en el cortijo de las Quemadas, en la carretera de Madrid. Eran llamados así por los emblemas que portaban, las calaveras típicas de los carristas. Cobraban una gratificación especial por lo que disponían de más efectivo que los simples “guripas”. Tenían fama de chulitos y no recomendables para las niñas bien. Moros, legionarios, alemanes, italianos, heridos convalecientes de los varios hospitales militares establecidos en la Plaza…Todos pululaban por la ciudad; bares, tabernas, salas de fiestas, cabarets y otros establecimientos hacían su agosto. Los convalecientes eran especialmente distinguidos con atenciones diversas; se les ofrecían regalos, comidas, actuaciones y se llegó a crear el Hogar del Herido en el piso alto del Círculo de Labradores para que pudiesen pasar el rato confortablemente. Esta situación fue aprovechada por algunos pícaros, estafadores de poca monta y caraduras diversos para intentar vivir a costa del prójimo.
Hace ya algún tiempo me entrevisté con el señor Solís Tapia para pedirle permiso para colgar en la página su serie de artículos sobre bares cordobeses en tiempos de la guerra. Hablamos de aquellos tiempos, que él vivió con 15-16 años y que recordaba perfectamente. Me llamó la atención la historia de un legionario al que llamaba Jorgito, que se paseaba con un brazo herido y mantenido en alto por un aparato ortopédico. Jorgito era un tipo locuaz que sabía enganchar a la gente. Se hacía pasar por laureado y contaba sus hazañas con un desparpajo y un realismo tales que invariablemente conseguía ser invitado en los bares. Finalmente se descubrió que era un farsante.
Al oír esta historia de labios del señor Solís recordé haber leído algo similar en la prensa local. Repasé el diario Azul y pronto encontré a Jorgito, en el número correspondiente al 11 de agosto de 1937. Un artículo a dos columnas en la segunda página, firmado por “Nemor” y titulado: “Con un cabo de la Legión. Falangista desde 1932”. El periodista lo entrevista en el hospital y da su nombre, Benito García Jorge. Jorgito, crecido ante su popularidad, no debió pensar en las consecuencias de publicitar en exceso sus embustes y se lanzó en tromba a contar su “historia” al reportero.
Explicó como empezó en la guerra de África, con un servicio intenso en el que resultó distinguido, condecorado, herido, prisionero y ascendido a sargento de Artillería. En 1929 regresó a Madrid y empezó a estudiar para practicante, pero ganó una plaza en el Ayuntamiento como vigilante de Abastos, en parte gracias a sus méritos de guerra. Ingresó en Falange el 12 de septiembre de 1932. En su puesto de vigilante de Abastos descubrió una estafa de más de cinco millones de pesetas de la época y otra de más de ochocientos mil kilos de jamón (¡). En su relato se complace salpicando con la estafa a Pedro Rico, Saborit y otros políticos republicanos. Como no le pagaron su parte de la recompensa por el descubrimiento de las estafas reclamó y fue objeto de insultos, le formaron expediente y lo suspendieron de empleo y sueldo. Litigó con el Ayuntamiento y finalmente ganó la partida en el Supremo.
En las elecciones de febrero de 1936 fue interventor en una mesa electoral por Falange, resultando herido en unos incidentes que no detalla. El 21 de febrero fue declarado cesante por el Ayuntamiento junto con otros falangistas. Jorgito ya no puede parar y relata como el 19 de octubre (no dice de que año) sufrió el primer atentado, fue atacado en la calle de Ríos Rosas nada menos que por doce individuos. El 6 de mayo de 1936 fue objeto de más de quince disparos, siendo detenido al día siguiente para pasar doce días en la cárcel. El 20 de junio recibió un balazo en la mano en el Paseo del Prado y el 5 de julio intervino en la huelga de panaderos. Decretada su muerte por la Casa del Pueblo, y aconsejado por varios camaradas, salió de Madrid el 7 de julio y se refugió en Parada de Rubiales (Salamanca).
Al estallar la guerra lo encontramos en la columna Doval. Herido en un tobillo en Navalperal pasó a la escolta del coronel Serrador y volvió a ser herido en la toma de Talavera. El 12 de abril de 1937, como jefe de Falange de la Bandera de Madrid, le cogió al enemigo dos ametralladoras y le incendió un tanque en la carretera de Extremadura, lo que le valió la concesión de la laureada de San Fernando, que le fue impuesta por el general Saliquet en Valladolid.
El 20 de junio de 1937 ingresó en la Legión. Se encontraba en Villafranca del Castillo (Madrid) el 9 de julio siguiente como cabo mandando una sección de ametralladoras cuando resultó herido nada menos que por una “bala antitanque” que le fracturó el antebrazo derecho. Era una fea herida que había ocasionado que una parte del hueso quedara sobre la otra. En Córdoba estaba siendo tratado por el prestigioso médico Dr. Ansorena, que le puso un aparato de su invención para lograr la soldadura de los huesos.
Continúa Benito relatando como ha perdido a su madre y a su hermana asesinadas “por la bestia roja”, y que otro hermano ha caído en el frente. Todo lo da por bien empleado por el bien de España, y hasta ha hilvanado unos versos reflejo de su patriotismo: “Los que llegamos heridos /de los frentes de batalla /venimos tan convencidos /de haber dado nuestra sangre /por nuestra querida España”.
El que un legionario convaleciente paseara por la ciudad contando hazañas ficticias para conseguir ser invitado en los bares y, a lo sumo, dar algún pequeño sablazo, no era cosa grave. Pero en el Gobierno Militar, al leer el artículo, debió cundir la extrañeza por no haber tenido noticia de la estancia en un hospital de la Plaza de un miembro del reducido y selecto club de los laureados de San Fernando. La lectura del artículo debió aumentar esa extrañeza. No sabemos exactamente lo que ocurrió, pero el caso es que la Orden de la Plaza de 23 de febrero de 1938, publicada en la del Regimiento de Artillería Pesada nº 1 del día 24 (nº 55) convoca al Consejo de Guerra Ordinario de la Plaza para el día 25 de febrero a las 16.30 horas, al objeto de ver y fallar la causa nº 81 contra el cabo de la Legión Benito García Jorge por uso indebido de insignias y usurpación de atribuciones. Finalmente, la bola se había hecho tan grande que había aplastado al pobre Jorgito.
No tenemos noticia de la sentencia y la prensa guardó un piadoso silencio sobre el engaño al diario falangista. ¿Qué sería de Jorgito?